Mi lugar preferido
- gastroarte2
- 31 may 2020
- 7 Min. de lectura
Existía un lugar, no muy lejos de aquí, que era mágico. La fragancia de las flores era constante y estaba salvaguardado de todos los peligros. Allí vivían hadas y gnomos que tenían como finalidad ayudar a personas, animales o cosas. Para tal fin, los beneficiados tenían que cumplir tres requisitos:
1º Creer en ellos.
2º Guardar el secreto.
3º Ser uno de ellos por un día.
Ese lugar estaba situado bajo una teja del muro del jardín de la casa de Victoria, era un espacio minúsculo, estratégicamente situado. Ocupaba el espacio de una pompa de jabón. Los habitantes de ese pequeño lugar vivían alegremente y tenían cuanto necesitaban.
Tenían mucha capacidad de trabajo, se ayudaban entre ellos sin magia alguna y eso les hacía acumular poderes. Poderes que necesitaban para transformarse y ayudar.
También había un hada reina, que veía lo que pasaba en el exterior, a través de unas gafas mágicas, ella era la única que podía utilizarlas y ordenaba constantemente las tareas de todos, además de vigilar que no utilizaran la magia para tal fin.
Eran los seres más bonitos de la Tierra. Las hadas cada una de un color, que se correspondía con su nombre y sus alas brillantes como el oro, los gnomos vestían elegantemente en tonos azules y se acompañaban de un gorro con un filo dorado, que los hacia increíblemente maravillosos.
- Celeste, dijo la reina! Tres casas más abajo hay un niño triste y asustado, ha perdido a su perro, que es anciano y no tiene olfato, lleva horas buscándolo, está a punto de anochecer y hace frío, se niega a entrar en su casa sin su amigo. -
El equipo de ayuda se componía de un hada y dos gnomos. Celeste se transformó en un gorrión y montó a sus compañeros al lomo.
Celeste estaba a punto de llegar a la casa del niño que buscaba a su perro cuando de repente sintió que algo los rodeaba completamente y los sumía a los tres en la más absoluta oscuridad…
- ¿Qué sucede Celeste? - preguntó el gnomo que era conocido como Curioso. - ¡Tengo mucho miedo! dijo el otro gnomo, al que todos los gnomos llamaban Asustadizo.
Celeste intentaba averiguar qué era lo que los había atrapado y aunque intentaba realizar algún truco de magia, no podía hacerlo… Permanecía allí atrapada en la forma del gorrión que eligió para viajar…
Cayó la noche y los padres del niño que buscaba a su perro por fin lograron que su hijo entrara en la casa. – No te preocupes tanto Hugo – le dijo la madre al niño. - Mañana saldremos a buscar a Bach – que así se llamaba el perro. – Pondremos carteles por todo el barrio con la foto de Bach y nuestro teléfono para que puedan avisarnos si lo ven…
En el gran silencio de esa noche, Celeste y los dos gnomos creyeron escuchar algo que parecía el lamento de un perro… - Parece como si algún animal llorara o se lamentara de algo- dijo Curioso. – A mí me da mucho miedo ese sonido- dijo Asustadizo.
Celeste no hacía más que darle vueltas a su cabeza para que alguna idea le devolviera su capacidad de hacer magia. Pero no podía ni siquiera dejar su aspecto de gorrión, por lo que no podía disponer de sus manos y mucho menos de su varita mágica…
- ¡Curioso, Asustadizo… Ayudadme!… ¡Hemos de encontrar mi varita mágica para que podamos salir de aquí!… Un niño nos espera y no podemos fallar en nuestra misión… ¡Así que vamos a dejar de lamentarnos y empecemos a actuar ya de una vez!…
Pero al percatarse de que era noche muy avanzada ya, prefirió junto a sus amigos descansar en la gran higuera que se encontraba en el jardín de Hugo, juntos se acurrucaron y se durmieron, la luna dibujaba ríos de plata sobre la copa de los árboles…
Con las primeras luces del alba Celeste, Asustadizo y Curioso, se dieron cuenta que se habían quedado atrapados por una tela de araña, se desliaron y decidieron ponerse en marcha, en búsqueda de la varita mágica, antes de emprender el vuelo vieron a los padres del niño por la ventana que, también llenando dos amplias mochilas, se preparaban para comenzar a pegar carteles con la foto de Bach y el número de teléfono.
- ¡Vamos! - enfatizó con enérgica voz Celeste. Se montaron sobre ella y comenzaron su andadura en pos de la varita. Sobrevolaron durante un buen lapso de tiempo sobre parques y jardines, sin encontrar absolutamente nada. - Descansemos unos instantes - sugirió Asustadizo, a lo que Celeste accedió.
La reina de las hadas, estaba viendo cómo se desarrollaban los acontecimientos con sus gafas mágicas, sin intervenir en absoluto, ella tenía la oportunidad de hacerlo si quería, pero necesitaba ver como se desenvolvía Celeste ante esta situación. Fue en ese preciso momento, cuando Curioso que se encontraba explorando la zona junto con Asustadizo, volvió a escuchar un gemido de perro.
Decidieron dirigirse al lugar, Celeste se había convertido en una joven y Asustadizo y Curioso en dos fornidos muchachotes, en muy poco tiempo llegaron a las afueras del parque donde se continuaban escuchando los gemidos con mayor nitidez, si no fuera porque Asustadizo frenó en seco hubiera caído en el foso, no era muy profundo, allí se encontraba Bach, que al verlos comenzó a mover su cola aunque se le veía muy agotado y parecía que una de sus patas traseras estaba dañada.
¡WUU, WUHU, WUHUHUHU, HUUUUU!
- ¡Se terminó! ¡Estoy salvado!, dijo Bach, justo en el momento de fijar sus ojillos en la cara angelical de Celeste, intuyendo que era su ángel de la guarda. Un ángel con corazón de perro.
Durante su larga vida perruna había aprendido que los ojos son lo más importante que existe: algo así como los instrumentos que utilizan los médicos para medir la salud de las personas, descubriendo en ellos quien tiene corazón de perro y quien tiene el corazón de piedra, que por cualquier motivo, por insignificante que fuera, sería capaz de plantarle a uno la suela de su zapato en las costillas, y al que le teme todo el mundo; a este tipo de persona resulta un verdadero placer morderle las pantorrillas.
- ¡No tengas miedo!, dijo Celeste, que al igual que Bach, mirándole a los ojos vio a un fiel amigo que necesitaba ayuda.
- ¡Creo que tienes el jarrete lesionado!, pero nada que no pueda curar una buena venda y un buen trozo de salchichón.
El olor le llegaba como algo lejano, con la edad había ido perdiendo el olfato, pero aún tenía el suficiente como para hacerle rejuvenecer el aroma de un salchichón y es que no hay nada como tener el estómago lleno, y ya llevaba un día vacío. El dolor físico y el frio ya había pasado, gracias a la atención y bondad de Celeste y sobre todo al trozo de salchichón.
Celeste entregó Bach al niño, que con los ojos anegados en lágrimas, cogió en brazos y achuchaba como si fuera un peluche y Bach en agradecimiento lamía las lágrimas de su amigo.
Celeste, había así, cumplido su misión con mucho éxito. Se volvió a transformar, gracias a su varita mágica, en un gorrión, y tras montar sobre su espalda a Curioso y Asustadizo, emprendieron el regreso a su hogar.
El hada reina preguntó a Celeste qué había aprendido.
Celeste maravillada por su presencia, tan luminosa y bella, titubeaba en su respuesta, a pesar de tener una conciencia clara de lo que quería decir.
- Hermosa reina de las hadas doradas hemos conseguido rescatar al perrito herido sin la varita mágica que nos ayuda en nuestro mundo. Pero conté con la magia de los seres humanos... la compasión y la esperanza. Cuando oíamos el lamento de ese animal no estábamos dispuestos a renunciar a la esperanza de encontrarlo.
El hada rió, agitando su hermosa melena dorada y desprendiendo arcoíris de purpurina. Miró a Asustadizo y Curioso y acariciando con sus manos dulces la cabecita de los dos los animó a dar su opinión.
- Pues yo…yo...yo... (tartamudeaba Asustadizo enrojecido ante esa hada que le parecía tan bella y con la que soñaba casarse cada noche) ... - yo es que lo que he aprendido es que sin mi hermano Curioso yo sería un gnomo sin hacer del todo...
El hada reina rompió en carcajadas, tan fuerte rió que todos los pajarillos de los árboles comenzaron a cantar y a revolotear los cielos que estaban llenos de la purpurina del hada.
- ¿Y tú pequeño Curioso... dime tu?... (se dirigió el hada a Curioso).
- Yo quiero: ¡Ser uno de ellos un ratito cada día!
- Creer en ellos todos los ratos del día.
- No guardar el secreto ningún rato ni ningún día
El hada reina abrazó a Curioso envolviéndolo en un arcoíris de purpurina dorada…
No había pasado ni medio minuto, quizás menos, una milésima de segundo, cuando instintivamente se colocó sus gafas mágicas, y vio como una niña pequeña, Ana, pedía ayuda, estaba en el hospital a punto de ser operada, y el miedo la invadía.
- Rosa, tienes que ayudar a esta niña, - dijo la reina - y Sumérgela en tu mundo de fantasía, mientras los doctores hacen todo lo necesario, para curarla, ella será una persona muy importante en el futuro, y depende de su sueño, para poder llegar con éxito.
Esta vez, debes hacer un trabajo más intenso, debes cumplir con los requisitos hasta el final. Para ello dispones de dos gnomos extras.
Rosa, era la mejor hada en paisajes mágicos, y cuando llegó al hospital, se había transformado en una doctora y su equipo de gnomos se convirtieron en una libreta, unos colores, un ratón y un peluche.
Al entrar en la habitación, vio a su papa muy preocupado, no le salían las palabras y la pequeña lloraba desconsolada en brazos de su mama. Rosa, ni corta ni perezosa, saludó cortésmente a todos, se colocó la nariz de payaso, y se puso a cantar, fue tal la sorpresa, que todos se olvidaron por unos instantes de lo que estaba ocurriendo, la canción envolvía cada vez más a la niña en un estado de bienestar, y su llanto se silenció. - Llegó el momento - dijo Rosa, - tenéis que despediros por un ratito, y en un abrir y cerrar de ojos, la pequeña volvió a aparecer en la habitación.
Todo estaba en calma, cuando despertó, Ana le dijo a su papá - tenemos que ir a la burbuja mágica, los habitantes son diminutos y viven en setas de colores, jugamos con un ratón, que predecía el futuro, y en una libreta anotaba las cosas más bellas y dibujaba sin parar mientras un peluche me acompañaba. No tenía miedo papá, tienes que llevarme…

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