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El Viaje a la Libertad

  • gastroarte2
  • 11 jun 2020
  • 9 Min. de lectura

Tengo la gran suerte y la tremenda desgracia de haber nacido en África. La gran suerte

porque nací en un lugar lleno de encanto, nací y me crie en un rincón del Sahel. Y la

tremenda desgracia de ser africano por la extrema pobreza que asola mi país. Me

llamo Salif, soy el mayor de 10 hermanos, pero no puedo dar más datos personales

sobre mi familia ya que me dispongo a iniciar un largo viaje… en busca de la Libertad…

Fui elegido para viajar lejos de mi cuna, una humilde familia de pescadores, que han

reunido todos sus ahorros para que yo pueda intentar llegar al mundo occidental. Ese

viaje lo inician miles de africanos cada año huyendo de una dura realidad que nos

asfixia cada vez más. Por eso es necesario que pueda escapar e intentar ayudar a mi

familia. Soy su última esperanza y su sueño viajará conmigo para darme fuerzas para

luchar.

Conmigo me llevo el recuerdo de los juegos en el valle donde me crecí, junto a un

caudaloso río que nos permite cultivar y pescar. Se respira un aire muy puro y nuestra

riqueza cultural resulta especialmente atractiva para el turismo, que sin embargo no

permite avanzar a nuestra región. Con suerte recibimos las migajas, la caridad de

algunos visitantes que acuden a vernos cual si de un circo se tratase…

Me considero afortunado, por todo lo vivido y por haber sido escogido como salvador

para que aquellos que vienen detrás tengan la oportunidad de una vida mejor. Sobre

todo, pienso en mi hermano pequeño Amadou, al que amo por encima de todo y por

el que sería capaz de enfrentar cualquier reto. Soy un segundo padre para él y nos

vamos a extrañar mucho los dos, aunque será mi principal fuerza para avanzar en el

camino…

Ya mañana partiré, esta noche tendrá lugar la fiesta de despedida que será una fiesta

de bendiciones ya que las recibiré de toda mi familia, de todo mi clan… No sé si

volveré a navegar en ese río caudaloso donde tantas veces pesqué con mi padre. Es

emocionante ir de pesca con alguien que te explica con suma paciencia todo el proceso

para atrapar buenos ejemplares de peces con los que alimentar a la familia...

Tantos recuerdos nublan mi vista en víspera de mi partida…

- Salif! Salif! – oigo a mi hermana Teenemba llamarme. Ella es la mayor de las

hermanas y la que lleva el peso de la familia tras la muerte de mi madre hace ya casi 5

años. Por eso no se ha casado, se ha sacrificado para ayudar a criar a mis hermanas y

hermanos pequeños… A ella la voy a extrañar también mucho. Teenemba está llena de

bondad, de generosidad para los demás… me dirijo a la plaza donde va a tener lugar la

despedida…

Mi viaje a la Libertad…

De camino a la plaza dejo que el sol de África se pose en mi cara. Siento mis párpados

relajados y dejo que se abran para que salgan algunas lágrimas.

La libertad es un concepto ambiguo. Cualquier persona que no haya vivido en África

podría pensar que la desnudez de nuestros pies o la ligereza de nuestro equipaje nos

hace en cierto modo menos preso.

Pero un Africano sabe bien que la Libertad consiste en el derecho a la vida.

Cuando mi madre abandonó el sol de África porque no teníamos posibilidades para

operarla de una simple apendicitis, supe que África no era libre y que yo como Africano

debía luchar por este derecho.

Puedo ver la Plaza, están todos allí... quiero grabar esta imagen en mi retina para

siempre, lo único que temo es no volver a abrazar a mi familia.

Ningún Africano se acostumbra jamás a vivir lejos de los suyos. El que nace en África

muere en África. Sólo llevamos la distancia, porque jamás renunciamos al consuelo de

estar haciendo algo para mejorar la vida de los nuestros.

Ya estoy en la plaza. Todos me rodean con un círculo mientras danzan y cantan. Los

tambores me envuelven y caigo preso del éxtasis.

Mi alma se funde con el alma de África. Ya no soy yo, ahora soy mi pueblo, un pueblo

que sufre... caigo al suelo agotado, mi padre me coge del brazo y me levanta. Me

agarra tan fuerte que siento su deseo de no dejarme partir. Acerca su boca a mi

mejilla, me da un beso bañado en lágrimas y me dice:

- No moriré hasta que regreses!

Ya era medianoche, cuando cogí la mochila, quería meter algunas provisiones para el

duro camino, unas tortas de trigo, pescado seco, un poco de arroz y una pequeña

cantimplora de agua, que debo tener precaución de llenarla cada vez que pueda.

Tengo que racionar peso, el camino es mayormente andando y con suerte algún alma

caritativa me recogerá en su vehículo, espero no encontrarme con la delincuencia

organizada y terroristas que abundan en la zona. El poco dinero del que dispongo, lo

llevo en un saquito colgado del cuello

Había hablado con mi amigo Hassam, perfecto conocedor de todo el territorio para

saber cómo conducirme por las zonas difíciles, dunas, pistas, para saber elegir los

itinerarios, las etapas, los lugares donde dormir. Algo muy necesario, para tratar de

correr la menor cantidad de riesgos posibles.

Por un momento sentí la necesidad de abrazar al pequeño Amadou. Probablemente, la

próxima vez que lo vea sea todo un muchacho, era tan tarde que estaba dormido. La

que si estaba vigilando mis movimientos era mi hermana, ella con su mirada

penetrante me daba fuerzas y me recordaba tanto a mi madre, que todo lo que estaba

por venir, se me hacía insignificante. Me fui despidiendo con un abrazo uno a uno del

resto de mis hermanos, no necesitábamos palabras, nuestras miradas lo decían todo.

Quise caminar por última vez mi pueblo y las lágrimas surcaban mis mejillas, quería

impregnarme de sus olores, sonidos, almacenar todo dentro de mí, para que en los

momentos difíciles, que llegarían en mi nuevo destino, fueran la fuerza motriz que me

impulsaran a continuar.

Debo recorrer los 753,22 kilómetros que separan mi país, Senegal de Mauritania, este

sin duda, un país muy salvaje, bastante virgen y duro, además debo decir, que tengo

otro inconveniente añadido por las altas temperaturas reinantes por estas fechas.

Intentaré cubrir en el menor tiempo posible este trayecto, luego debo pasar a

Marruecos. Siendo España mi destino final, donde me espera Ali, un viejo amigo mío,

que me acogerá en su casa.

Siento que la responsabilidad es mayor que el miedo que tengo en estos momentos.

Llegó el momento, mi padre se volvió a despedir sin mediar palabra, estaba

Amaneciendo… una brisa suave me acompañaba y me dirigía a mi primer destino Rosso, que se encontraba a escasos 20 kilómetros, allí presentaría ante los funcionarios aduaneros, mi pasaporte, esperando que el trámite sea rápido, cosa difícil en estos lares… Mis pies están padeciendo la dureza del camino, toda meta requiere de un sacrificio, pensé-

Embarcado de lleno en este gran proyecto en el que navego en solitario con rumbo

pero sin mapas, guiado solo por el derecho y la justicia; hacia la libertad, me encuentro

en mi primer destino, Rosso, con más de lo mismo: Corrupción y pobreza. Privado de

pasaporte debido a la ley imperante impuesta por las autoridades locales, al escaso

poder adquisitivo del que dispongo, continúo mi viaje sin decaer ante las adversidades

que se van presentando.

Mis pies siguen sufriendo las durezas del terreno, veredas angostas plagadas de

traspiés, que no caminos, que a veces dejo por propia seguridad ante aquellos que no

hacen de su vida, precisamente, la bondad. Haciéndolo a veces bajo un pedazo de luna

muriente.

En mi tribu, los cantos lastimeros del alba a la luna muriente están consagrados a

aquellos que abandonaron nuestro mundo.

Llevo cuatro meses de travesía, navegando en tierra contra la corriente y la brisa. Me

encuentro muy lejos de mi país. Mis refugios hasta ahora han sido los recuerdos y un

libro: “Mas allá de la libertad y la dignidad”, en versión castellano española.

Un misionero religioso de la Orden de los Jesuitas me lo había regalado hacía unos

años, ante la inquietud y curiosidad que mostraba por aprender y saber cosas del

mundo desarrollado.

El hermano Ignacio estuvo algunos años impartiendo humanidades a los niños

aldeanos. Yo solía conversar mucho y lleno de esas conversaciones, me adormecía en

visiones mientras volvía a casa por caminos conocidos por mis piernas.

Cuando más larga y triste se me hacía esta quimera, un encuentro fortuito me hizo, de

momento, más llevadera la carga pesada que llevaba sobre mis hombros. Mi

encuentro con Ousmane, un desamparado y exhausto compatriota que perseguía el

mismo sueño: La Libertad; hizo que uniéramos las fuerzas. Continuamos el viaje juntos.

Como compañeros de viaje superamos un sinfín de dificultades.

La más grave fue un encuentro con los Mulins, un pueblo de clanes nómadas que

suelen matar a los extraños que atraviesan sus tierras.

Días antes, en nuestras conversaciones, le había dicho a Ousmane que si me alcanzaba

la muerte le recordara siempre como había sido en la lucha, que había sido bravo y

sincero. Quédate con mi amuleto si me llega el final, no es de este mundo de vivos,

pero allá donde se encuentre siempre habrá un amigo si le oras a Dios, le dije.

Las paradojas de la vida, la lucha con los Mulins fue breve y aterradora, Ousmane, mi

amigo, mi hermano, quedó en el camino abatido por esos clanes execrables.

Los incontables pasos que necesito, aún para alcanzar las costas de marruecos resultan

insignificantes comparadas a la satisfacción de estar cerca de mi objetivo.

Atrás van quedando los peligros del camino: desiertos, enfermedades, animales

salvajes y tribus peligrosas.

Todos los contratiempos se esfuman en un segundo cuando en una pequeñita aldea de

Tangier, un hombre bueno y humilde presta cama a un completo desconocido. Al día

siguiente, tras un desayuno ligero, me dispongo a seguir andando. Ese día en la aldea,

la familia se despertó más temprano para despedirme con gran emoción, una imagen

que no se borrará para ninguno de nosotros.

Mientras emprendía el camino me vinieron algunos recuerdos de mi familia, parecía que habían pasado años de ellos y no meses. ¿Qué será de mi padre? ¿cómo se sentirá?

sabiendo que gran parte del camino está recorrido y que queda muy poco para llegar

al objetivo, y ¿qué dirán mis hermanos? cuando sepan que el éxito de la misión se ha

conseguido. Que feliz estaría mi madre si ella estuviera aquí, desde que nací estaban

preparando este gran viaje, con la esperanza de tener una vida mejor. De nuevo

afloraron unas lágrimas y desconsolado por el cansancio y la alegría grité, y grité tan

alto que me dio fuerzas para retomar la nueva y dura etapa.

Debía dirigirme al barrio de Boukhalef, y buscar la Tetería donde contactaría con

Fabrice, con el acordaría el coste del viaje y el día de la partida.

Después de andar una hora llegué al lugar indicado, allí se encontraban personas como

yo, que habían recorrido muchos kilómetros en busca de una vida mejor, entre tantos,

un niño de 4 años y dos mujeres embarazadas. Ellas hablaban muy animadas y le

hacían carantoñas al niño, gesto que me pareció muy dulce y me dio una vez más

fuerzas para continuar. Fabrice, un hombre de mediana edad de Camerún, sentado al

final del salón, era corpulento de grandes manos y gestos duros. Me hizo un ademán y

me invitó a sentarme, la charla fue corta y precisa. Me ofrecía dos opciones. La

primera era ir en moto acuática para cruzar el estrecho con un coste de 3000 euros, y

me indicó que, de esa manera, los inmigrantes se bajan como si fueran bañistas y no son detectados. La otra opción era, desde el cabo de Espartel, viajar en una patera con 44 personas más y su precio 1000 euros y 500 más con salvavidas.

Me decanté por la segunda opción, que era la más barata, el presupuesto había

menguado en el transcurso del viaje, tenía que salir de madrugada al día siguiente. 15

kilómetros separan Tánger de Cabo Espartel, le entregué la mitad de la suma y la otra

parte sería antes de embarcarme, me despedí y al caminar hacia la puerta de salida

dirigí la mirada hacia el pequeño niño, el cual me regaló una hermosa sonrisa, mi

corazón se estremeció.

Ya en el exterior comencé a caminar con calma, tenía bastante tiempo para llegar a mi

destino, compré unos plátanos y mientras devoraba uno de ellos me asaltó un poco de

ansiedad, pensamientos confusos y algo de temor que, al pensar en los míos, se disipó.

Encaré la carretera y a los pocos metros, al primer vehículo que le hice autostop paró y

me llevó, no mediamos palabras entre el joven conductor y yo.

Son las cinco de la mañana, hora de partida, todo está preparado para subir al bote

con motor, abono a Fabrice el resto de dinero. Y me desea buen trayecto.

Las condiciones meteorológicas son muy singulares durante algunos kilómetros,

vientos de Poniente, mar tranquila, luna llena. Y silencio generalizado denotando

nerviosismo.

Con las primeras luces del alba, vislumbramos la costa de Tarifa...

- ¡Por seguridad no podemos acercaros más! dijo el encargado de la embarcación. Así que nos hicieron desembarcar a bastantes metros de la orilla. El agua era bastante profunda ahí… Algunos no sabían nadar… La escena era tremendamente desgarradora… No hay palabras para describir lo que allí pasó ese día… Pude ayudar a un par de personas a llegar a la orilla… De repente, sonaron varias sirenas aproximándose… Y muchas voces gritando… ¡Auxilio!… Se produjeron bastantes detenciones… Aunque yo por suerte pude escapar, junto con algunos más que también lo consiguieron, los más rápidos... nos alejamos de allí con tristeza en el corazón…

Anduve oculto varios días hasta que me decidí a buscar la dirección de mi amigo Alí y presentarme en su casa... Pero mi amigo Alí no estaba en su domicilio... No sabían nada de él desde que salió un día, hacía ya varios meses y no regresó… Me encontré así solo en la calle de una gran ciudad desconocida… Aunque no me iba a dar por vencido fácilmente. Debía salir adelante, debía ser consecuente con mi viaje a la Libertad… debía sobrevivir… debía luchar…

Han pasado ya varios años y he conseguido salir adelante con los más variados trabajos… Venta ambulante de muy variados productos, muchas peonadas en el campo mal pagadas… He conocido buenas y malas personas, unas me han ayudado y otras se han aprovechado de mí. Pero por fin he conocido a una persona, Teresa, que trabaja para una Asociación de ayuda a los Migrantes que me está ayudando a regularizar mi situación a cambio de un trabajo en la misma. Dice que yo puedo ayudar a mucha gente que llega y no sabe qué hacer…

Hoy por fin he podido hablar con mi familia en África… Después de tanto y tanto tiempo, escuché la voz emocionada de mi padre… Ríos de lágrimas volvieron a correr por mi rostro… Pero me siento bien, estoy ilusionado con mi nueva vida. Mi Viaje a la Libertad valió la pena… La Alegría de Vivir ha vuelto a mí… Tengo tanto que devolver, tanto que agradecer… Y África estará siempre en mi corazón…


 
 
 

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