La Carta
- gastroarte2
- 11 may 2020
- 14 Min. de lectura
María abrió el buzón un tanto distraída, como una máquina que imita los movimientos de un ser animado. Venía haciéndolo todos los días desde hacía varios meses, sin esperar nada especial. Su vida hasta entonces había sido simple y despreocupada; pero, estos últimos días no estaba atravesando sus mejores momentos. El paso de la adolescencia a la adultez le hacía ser inestable con serios problemas de identidad y una severa necesidad de independencia.
Su historia podría ser el Yo de esa mujer, de ese hombre, de ese chico o de esa chica adolescente…
Cogió varias cartas del buzón y ojeándolas con apatía halló una sin remitente. No parecía una carta más de publicidad comercial. La giró y el corazón le dio un vuelco. Iba dirigida a ella. Solo había escrito la palabra, María, en un negro antracita que bien combinaba con el blanco del sobre.
El domingo hacía dos semanas que su amiga estaba con Carlos. Se suponía que María pasaba de él, que ya no le gustaba, eso le había dicho a todo el mundo, me lo había dicho a mí, pero yo sé que no es así. Cuando los ve juntos el mundo se le cae a los pies y le dan ganas de llorar.
He de admitir como mujer que uno de nuestros temas preferidos cuando nos vemos son las intimidades y las confidencias, y a mí en particular, escribirlo todo en un diario.
El corazón le latía al borde de la taquicardia, como nunca lo había hecho. El rubor le subió de manera súbita. Nadie antes le había escrito una carta. Intuía que podría ser de Carlos, pero, ¿por qué le había enviado una carta?, y, sobre todo, ¿por qué anónima?
Por un instante la fantasía de María voló por un mundo infinito. No se atrevió abrirla y con mirada cómplice, me la pasó con manos temblorosas.
Querida María:
Solo soy lo que tú quieras que sea, porque así la luz te lo hace ver, y yo quiero que tú así lo veas. Yo para protegerme de tu curiosidad y tu para protegerte de mi negligencia. La luz intangible se refracta en el mar, pero yo, amiga mía, no deseo que tu sepas que existen las cartas de navegación. El cielo es azul porque tú lo ves azul y yo no quisiera hacerte ver que no tiene color. No pretendo convencerte, ni deseo que me hagas caso, porque tú no puedes comprender mis pensamientos sobre el azul del cielo, porque yo, amiga mía, no pienso ni medito en su color. Y si tú dices: “yo vuelo en libertad entre el azul del cielo y el azul del mar”. Yo digo: Sí, tú alma vuela en libertad entre el azul del cielo y el azul del mar, porque amas la belleza, la paz y la libertad, y eso está bien, amar estas cosas es bueno. Pero mi corazón se ríe de tu amor, aunque preferiría que no vieras su risa, prefiero reír solo. Pensarás, amiga mía, que estoy loco, pero me gusta mi locura y medito sobre ella, y prefiero estar a solas con mi locura; porque cuando es de día para ti, es de noche para mí, porque tú no puedes oír los cantos de mi oscuridad, y no por eso, amiga mía, dejo de hablar del mediodía. No quisiera hacerte creer en lo que digo, ni que confiaras en lo que hago, porque mis palabras no son, sino tus propias ideas transformadas en acción y tus acciones convertidas en mis ideas.
Amiga mía, tu camino no es el mío, sin embargo, caminamos juntos por el puente reflejado en el azul del mar...
Ambas nos miramos y soltamos una carcajada de esas que adornan cualquier momento de desconcierto.
- ¿Y esto? - me dijo María. Carlos no ha sido seguro, a él le cuesta conjugar dos verbos seguidos... (y reímos cómplices).
- Alguien ha copiado un texto de algún libro de Dostoievski y te lo ha mandado para impresionarte... puede que haya sido el chico ese nuevo. Parece interesante y no deja de mirarte... (volvimos a reír, estábamos en el mismo bando. No por mucho tiempo, pero aun lo estábamos...).
Me despedí de María para volver a casa y esa fue la última vez que la vi. Sé que he vuelto a verla, pero esta ya no es esa María de antes de leer aquella carta, esta es una nueva mujer, una mujer completa, hecha “de pies a cabeza”.
A la mañana siguiente en el instituto María parecía distraída, le pregunté qué le ocurría.
- Oh nada, estoy con la menstruación... - y sonrió.
De pronto se levantó de la mesa agitada como si acabara de ver un fantasma y pidió a la profesora salir de la clase porque no se encontraba bien. Ni siquiera me miró, yo la busqué con la mirada esperando que me hiciese algún gesto que me sugiriese alguna explicación. Pero nada... salió del aula “como alma que lleva el diablo”.
No volvió a entrar en la clase. Esa tarde la llamé por teléfono para preguntarle qué le había ocurrido y cómo se encontraba, la respuesta fue:
- Valeria, aquella carta no era un texto copiado de Dostoievski, era él Valeria, después de diez años, era él. Anoche me llamó por teléfono... cuando lo cogí me pareció reconocer su voz, pero ¡no podía ser!...
- Hola María... ¿me reconoces? Si soy tu padre... sé que ha pasado mucho tiempo... pero debo explicártelo todo ... ¿recibiste mi carta?...
- He recibido una carta, pero no puede ser tuya, tú eres un fantasma que me ha costado mucho desterrar de mi mente... no vuelvas a llamarme... - y le colgué el teléfono.
No podía creer lo que me estaba contando, era imposible. Hace diez años María estaba tranquilamente cenando con sus padres y su hermano en casa, tras sonar el teléfono su padre se levantó a cogerlo. Colgó el teléfono, cogió su chaqueta y sin mirar atrás abrió la puerta y se marchó.
Jamás volvió, nunca volvieron a saber nada de él. Ni una llamada, ni un cuerpo, ni un rastro... su padre se había convertido en un fantasma para toda la familia, pero sobre todo para María que tenía con él una relación especialmente estrecha.
Su madre después de luchar varios años por encontrar algo, decidió ante la preocupación de condenar a sus hijos a estar perdidos de por vida, asumir lo que había ocurrido y pasar página.
Desde entonces María había gozado de una vida invadida por la normalidad y su consecuente sencillez... pero eso había pasado a la historia... ahora otros tiempos la azotaban...
Ante tanto desconcierto por parte de María y de su amiga Valeria, ninguna podía ver con claridad lo que estaba ocurriendo. Por un lado, estaba la edad que afloran los cambios internos, emocionales y físicos, con la intencionalidad de llegar a ser adultos. Por otro, está el amor platónico, y, por último, qué decir del abandono de su padre…
La madre, una mujer con un carácter fuerte y derrotada por una situación incomprensible, consiguió que María fuera tímida y sumisa, con lo que, llegada su adolescencia, se volvería, irritable y desconfiada. Y los sentimientos a flor de piel harían el resto. El padre trabajaba casi todo el día, y salía de casa con traje de chaqueta.
Ese día, el día que mi padre se fue, recuerdo estar saboreando un helado de chocolate, que había conseguido como premio a un buen comportamiento. Los deberes, el cepillado de dientes, las manos limpias, los juguetes ordenados… Todo formaba parte de una estricta educación, y mi padre sabía cómo impartirla. Él era un hombre cariñoso, muy alto, y bien parecido, o por lo menos yo lo creía así, y portaba un bigotin, que cuando me besaba me hacía cosquillas. Todas las noches, nos contaba un cuento con moralejas, cosa que él, me intentaba explicar y que a mí no me interesaba.
Las noches siguientes a su ida, María estaba acongojada y lloraba con mucha facilidad, Su madre, le contó una historia, para protegerla del sentimiento de abandono. Por eso, solo le consolaba pensar que su papá estaba ayudando a niños necesitados del tercer mundo, y se había ido a protegerlos. Mientras, ella se sentía desdichada, ansiaba ser una de esas pequeñas para ayudar y poder estar con su padre. Afortunadamente, su madre decidió al cabo de un tiempo coger el timón del barco y cambiar el rumbo familiar, y así pasaron los años…
María decidió hablar con su madre del nuevo acontecimiento.
Mamá, tengo algo que contarte. Ella, una vez más le regaló sus oídos e intentó prestarle toda su atención, cosa difícil, por todos los avatares que le suponía seguir adelante en su día a día... Hoy he recibido una carta y era muy curiosa, pensaba que era de un chico. - La mamá con una sonrisa asentía con la cabeza. - por la tarde sonó el teléfono y una voz muy conocida y entrañable, me preguntó si lo conocía.
Su madre, soltó una carcajada y palmeando exclamó, ¡Ese chico tiene que pasar revista, antes que nada, luego ya veremos!!!!
De repente María se quedó muda, no podía imaginar que su madre no intuyera que el personaje misterioso fuera su padre. Ese hombre que tantas lágrimas les sacó a todos, ese misterio que rondaba su ida, esos años de incertidumbre. Tenía la posibilidad de dar respuestas a tantos años sin saber nada de él. Mientras su madre, animada por su conversación, no se percató, que la mirada de la hija, no era la misma. Siguió la conversación cabizbaja. Era la voz de un adulto, y me preguntaba cariñosamente si lo reconocía y si yo era MARIPIK. Su madre giró la cabeza y unas lágrimas rodaron por las mejillas, hacía diez años, que había dejado de escuchar ese nombre, así la llamaba él, cuando jugaba con ella.
Mamá posó bruscamente la cuchara en el plato y con una mirada de incredulidad, pero firme me dijo mirándome fijamente a los ojos, ¡no puede ser! Y de ser él, no tiene ningún derecho, en intentar regresar a nuestras vidas después de todo este tiempo, después de tanto silencio, de tanto dolor. Durante el resto de la cena no intercambiamos ninguna palabra más, el salón parecía como que se fuera a caer sobre mi cabeza y mi madre estaba ausente, queriendo huir de esta nueva realidad que se estaba presentando en nuestras vidas, - Que descanses le respondí -.
Me preparé una infusión y mientras la bebía sorbo a sorbo pausadamente, no dejaba de retumbar en mi cabeza el nombre MARIPIK una y otra vez, era una extraña sensación de rabia y alegría, yo había sido muy feliz el tiempo que pasé con mi padre, al igual que mamá y mi hermano, aunque no quieran admitirlo ahora, éramos una familia feliz, bostecé y me marché a la cama. Los siguientes dos o tres días transcurrieron como si nada hubiera sucedido esa conversación nunca se había producido entre nosotras una tensa calma en nuestra convivencia, solamente rota cuando mamá escuchaba sonar el teléfono. Poco me importaban, las miradas que el chico nuevo me dirigía, era muy guapo pero mis pensamientos y mi ser se encontraban en otra dimensión y me sentía cómoda en ella, no permitía entrar a nadie allí, ni siquiera a Valeria, que malhumorada, me decía que debía cambiar de actitud y confiar más, en nuestra amistad, contándole lo que me sucedía, la dejé hablando sola y me marché, debía pasar por la tintorería a recoger el vestido de mi madre. Deseaba caminar y por lo tanto no cogí ningún medio de transporte, la tarde-noche era estupenda y estaba disfrutando del paseo, fue en ese preciso momento que percibí un cosquilleo detrás de mi nuca, me giré velozmente, pero no vi más allá de otros transeúntes, unos niños jugueteando en el parque y una señora paseando con su perro, aunque por la manera que el perro la llevaba, daba la sensación de no disfrutar en demasía, continué, pero seguía percibiendo la misma sensación.
Al girar en la esquina le vi, era de mediana edad, de blanca y larga cabellera, barba desprolija y unas ridículas sandalias azules, con un chaquetón gris desgastado por los años que le daban un aspecto más grotesco a su figura, me miró fijamente y me dijo; - dame un par de monedas para merendar, le respondí que no y en ese momento me cogió de la muñeca, quise decir algo pero callé, no me resultó alguien que me produjera temor, a pocos metros hay un bar y entramos en él, fuimos directamente a la barra y solamente pidió un café, estuvimos sentados muy poco tiempo sin intercambiar ninguna palabra, pagué, salimos y en la puerta me dijo, esto es para ti, y me entregó un trozo de papel mal doblado y al leerlo reconocí de inmediato la caligrafía, era la de mi padre, Hostal América, calle V. LÓPEZ 325 , te espero el Sábado a las 19.15.horas, no faltes, te quiero, papá, intenté hablar con la persona que me había entregado la nota pero ya no estaba, había desaparecido, como si nunca hubiera existido, apuré aún más el paso tratando de llegar pronto a casa, me asaltaba la disyuntiva de decírselo a mamá o no, llegué a la conclusión que era mejor que fuese sola.
Ya en casa, dejé el vestido de mi madre en el ropero, ella aún no había llegado, mamá cuando salía se tomaba su tiempo, sonó el teléfono, lo cogí rápidamente, era Valeria, me reprochaba que no había acudido a su casa, habíamos quedado, me excusé y la despaché lo más rápido que pude, no podía comentarle nada, estaba intrigada y asustada.
Hola hija, ya estás aquí? Preguntaba mi madre, esbozando una sonrisa, siempre me entretienen, era su excusa favorita, solamente atiné a decirle, mirándole a los ojos, Te quiero mamá. Ella me miró y respondió, lo sé cariño, lo sé. Y yo a ti.
Para mi madre, parecía que esa llamada, nunca se había efectuado. - Por cierto, hija, he comprado dos entradas para la función de teatro del sábado, es a las 19.00 horas -. Mi rostro cambió, debía encontrar una excusa convincente para que mi madre no sospechara absolutamente nada, y esto me hacía implicar a más personas.
Valeria, absolutamente no, conociéndola, tenía muchas cualidades, pero no la de guardar un secreto, además me iba a atosigar a preguntas, con mi hermano, estábamos distanciados y la relación solamente era de respeto, no me perdonaba que quisiera tanto a papá y de repente pensé en el chico nuevo. ¡Pero si no sé ni su nombre! Aunque no soy así, deberé usar mis encantos femeninos, para persuadirlo sin entrar mucho en detalles.
Saboreando la lasaña, comencé a urdir mi estrategia, mañana la llevaría a cabo. Era viernes…
- ¡Me llamo Norman! – me dijo el chico nuevo – me alegro que por fin me hayas hablado! – Su voz denotaba amabilidad y seguridad en lo que decía. - Sé que te llamas MARIPIK. Nuestro padre me lo dijo… - me quedé de piedra al oírle decir eso… No me caí al suelo porque Norman me sujetó…
Pasados varios minutos, al abrir los ojos, vi que Norman me contemplaba con una dulce sonrisa que me hizo no temer nada de él. Es más, empecé a sentir una extraña confianza a su lado, sus palabras me parecían sinceras. – Nuestro padre tuvo que desaparecer, por razones que el mismo te explicará el próximo sábado – me dijo Norman. – Yo siempre he sabido de tu existencia, aunque tú no hayas sabido nunca de la mía…
- Perdí a mi madre cuando yo era pequeño, pero nuestro padre se hizo cargo de mí. Si no hubiera sido por él habría acabado recluido en algún centro para huérfanos -. Comenzaba a creer que sin duda había un motivo muy importante para que mi padre desapareciera aquella noche de hace diez años.
- Hemos llevado, papá y yo, una vida muy errante, hasta que decidimos trasladarnos cerca de vosotros para intentar reconducir la situación. - Yo no decía nada, tan sólo escuchaba a Norman. Me preguntaba interiormente, por qué no le dijo nada papá a mamá… ¿Tan extraña era la causa que no podía tener una explicación, algo que trajera un poco de tranquilidad a nuestra desconcertada familia. – Recuerda MARIPIK que papá te espera el sábado, por favor no faltes. Es muy importante para él explicarte todo lo que pasó… -
Regresé a casa muy confusa pero alegre, porque por fin parecía que iba a conocer la razón de la extraña desaparición de mi padre. No podía decirle nada a mamá y mucho menos contarle que ese chico nuevo, que tanto me miraba, era mi hermano y se llamaba Norman. Aunque sí que le hablé de él y de que habíamos quedado el sábado para hacer un trabajo de clase en grupo. Ahora faltaba hablar con Valeria y explicarle que… ¿qué podía explicarle a mi amiga para que no metiera la pata y me llamara por teléfono con cualquier excusa que se le ocurriera para charlar conmigo?
Finalmente me inventé una cita secreta con Norman, eso le conté a Valeria por teléfono y le pedí que por favor no le dijera nada a mi madre ni a mi hermano. Necesitaba de su complicidad para que el encuentro con mi padre contara con todas las garantías de éxito. Mamá no se tomó nada bien el hecho de que yo no fuera a asistir al Teatro con ella el sábado, pero la convencí para que se llevara a mi hermano y así podían hacer algo juntos por una vez en la vida, le dije. Mi hermano vivía con nosotras, pero nuestra relación con él nunca había sido cercana y mucho menos cordial.
Norman, bonito nombre pensé. En tan sólo una pequeña conversación había descubierto que un ser aparecido no sé bien de dónde iba a abrirme las puertas de un mundo nuevo… Paciencia MARIPIK, me dije a mi misma, el sábado ya mismo está aquí… Y podrás saber… podrás preguntar todo aquello que has guardado sigilosamente durante diez años… El sábado MARIPIK… tendrás las respuestas que tanto ansías… El sábado… Paciencia MARIPIK… El sábado…
No podía dejar de hacer cábalas, más o menos lógicas y razonadas. Analizaba una y otra vez los acontecimientos y, una y otra vez, me suscitaban controversias, sin saber realmente los hechos que acaecían. Revisaba mi diario con tanto entusiasmo y olfato detectivesco como me era posible y siempre llegaba a la misma conclusión: Esta impostura, esta necesaria falacia, constituía la cruz con la que cargaba a su espalda, mi amiga María; sin embargo, para alcanzar la libertad que tanto buscaba, antes tenía que llegar a la paz con su conciencia.
He oído cientos de veces que “el tiempo pone a cada uno en su lugar”, pero no en el sentido de justiciero, más bien en el sentido de que nuestros actos marcan nuestra trayectoria vital. Poco a poco se iba deshaciendo el entuerto y María al fin halló la paz que tanto ansiaba. Había recuperado a un padre y había ganado un hermano. ¿Qué más podía pedirle, de momento, a la vida?
Firme en mis convicciones y desde que prácticamente aprendí a leer y escribir en la escuela, anotaba en un diario, como si fuera una notaria, todo cuanto acontecía a mi alrededor, pues la memoria es frágil y se distorsiona con el paso del tiempo. En este caso los acontecimientos eran de mi amiga, pero yo formaba parte de ella y ella de mí. La historia no se escribe en primera persona. La vida estaba llena de circunstancias que nos entrelazan con unas personas y lugares, y a mí, el destino me entrelazó con María, cuyos lazos nadie podrá ya romper, porque ya formo parte de su historia. En definitiva, también era mi historia y formaba parte de ella.
Julián, el padre de María, era un hombre atractivo, de una estatura considerable, aún no había cumplido los cuarenta años, con abundante cabello, brazos fuertes, manos grandes, rostro cuadrado y unos brillantes ojos verdosos. La usencia del bigote le hacía ser más joven. No hicieron falta los cinco minutos de cortesía, llegadas las 19:15 horas del sábado, como un reloj suizo llegó puntual, acompañado de Norman, a la cita prevista en el Hostal América de la calle V. López, 325. María había llegado media hora antes, que con acusada ansiedad y muy nerviosa, esperaba el momento.
Sentados los tres en la terraza del Hostal, donde en un principio imperaba el silencio, bastó solo un segundo para que, una vez comenzada, a ninguno le apeteciera dejar la conversación. Había mucho de qué hablar. Empezaba a oscurecer. María no parecía impresionada por sus argumentos y estaba deseosa de refutarlos con esa confianza en sus propias opiniones que tanto éxito le daban en el instituto, mientras que Julián se sentía demasiado seguro en su terreno para temer una derrota. Cayó la noche, y las luces brillaban débilmente en algunas ventanas del hostal; pero no se movieron. El asiento, un banco de hierro forjado era lo bastante cómodo como para cambiar de lugar.
Julián explicó sin muchos detalles el plan urdido con su hijo Norman para su acercamiento de la manera más sutil posible; Norman escribiría una carta anónima basada en la intriga, en la metáfora, que hiciera llamar su atención y su fijación por descifrar el contenido, basándose en algún experimento social que una vez realizó en el Instituto.
Tañían a lo lejos las campanas de alguna iglesia anunciando el comienzo de un nuevo día, cuando Julián había detallado todo cuanto aconteció y su forzada marcha del hogar que la vio crecer. Dos lagrimas brotaron de los ojos de María, que, abrumada por la terrible carga de la libre elección, se decantó finalmente por fundirse en un abrazo con su padre.
No sé porque, al final de este capítulo de mi vida, escribí en mi diario “El sufrimiento es el alto precio que se paga, a veces, por el libre albedrio”.
María entendió, por fin, mi afecto por ella más allá de la amistad.

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