top of page

El Gran Edificio Verde

  • gastroarte2
  • 13 abr 2020
  • 13 Min. de lectura

Tengo aún en mi recuerdo aquella mañana fría del 14 de febrero de 1890, estaba tan a gusto entre las sábanas de mi cama revuelta, por los movimientos de sueños ajetreados de la noche, que no quería levantarme, pero una voz dulce y enérgica daba los buenos días desde la cocina. El olor a lumbre, avisaba que el desayuno estaba listo y en 15 minutos todos teníamos que estar preparados para el colegio. Fue en ese mismo momento cuando salté de la cama, me puse los pantalones rotos, por la caída sufrida varios días antes, los calcetines eran desiguales en color y tamaño; las botas, heredadas de mi hermano mayor con la suela desgastada, denotaban que habían sido muy usadas. Y un gran jersey, que me llegaba hasta las rodillas, con las mangas remangadas para poder usar las manos. Mi pequeño cuerpo, había cogido calor con la rapidez que me había vestido, y la idea de desayunar, me daba alas, era lo más bueno del día. Mientras tomaba leche y pan migado, escuchaba en la otra sala a mi papá decir, hoy es un día especial, le vamos a dar una gran sorpresa.

Por aquel entonces, no tenía ni la más remota idea, de qué era un día especial y menos aún, que hubiera sorpresas para tal fin, corrían tiempos muy difíciles, y así que supuse que eso nada tenía que ver conmigo,

- ¡Llegó la hora, chicos!, gritaba mi madre, - a la cuenta de 10 todos en la puerta. Uno, dos, tres, cuatro....

Solo tenía tiempo para aplastar mis arremolinados cabellos y coger mi zurrón. Aún recuerdo el cálido beso que me propinó mi madre, tras colocarme mi viejo abrigo. Y la frase motivadora de mi padre, «hijo, sé un buen estudiante, y serás un hombre de provecho»

¡Qué recuerdos!

Tenía por aquel entonces 5 años y muchos hermanos. Gozaba de felicidad, tenía todo lo que un chico, necesita, sobre todas las cosas importantes, tenía amor.

Caminábamos en fila india por ese camino de tierra, hacia el colegio, y pasábamos por un gran edificio verde, entraba y salía mucha gente, a todas horas, había movimiento de personas muy bien vestidas, pero no podía saber que había allí, cuando preguntaba a algún hermano mayor, recibía una colleja, seguido de la frase «es otro mundo». Cuando seas mayor, lo sabrás.

Y recuerdo también, que estaba jugando en la calle con un balón de trapo y llegó mi padre canturreando, algo inusual en él, normalmente siempre estaba malhumorado por las cosas cotidianas, según me contaba. Yo no entendía como esa señora tenía tanto poder en mi padre, pero era así.

Por un momento suena un silbato, y todos acudimos a ver qué era ese sonido, mi sorpresa fue tremenda, mamá subida a una escoba y un gorro picudo adornaba su cabeza, reía a carcajadas y de una forma exagerada, sin más todos los asistentes nos reíamos al son de mamá y con tal júbilo, que por un espacio de tiempo todos reíamos al unísono.

- ¡Tengo algo importante que anunciar!

Entonces no lo sabía, vi en numerosas ocasiones ese edificio verde. No les saqué a mis hermanos mayores qué es lo que había allí, nada. Y estuvo muy presente a lo largo de mis vidas. No solo fui ese niño enclenque y pobre de principios del XIX. Estuvo en pie, el edificio, hasta mediados del siglo XXII cuando las bombas de la gran guerra asolaron la mayoría de ellos.

Cuando vi a mi madre sobre la escoba.... Jo impresionante. Y su sonrisa es tan espléndida que todo lo demás se desvanece cuando ella sonríe. A veces, venía a nuestra cama, en la noche, y nos contaba lo que veía por ahí, en su viajes. Nos hablaba de una tierra donde el mar rodeaba la ciudad y había muchas islas. Por aquel entonces aunque no era muy grande había una fábrica de tabacos y una estación de tren. A mi madre le encantaba volar entre el enjambre de hierros del techo. Me decía: “Antón, algún día vendrás conmigo”.

Y yo me imaginaba en una escoba, como la de mi madre y con un gran gorro puntiagudo como el de ella. En esa ciudad de la que hablaba mi madre, había niños que aún no podían ir a la Escuela y obreros que se quedaban sin trabajo porque los empresarios querían traer máquinas de fuera y quitarles su trabajo. El tumulto aplaudía a Fermín y se manifestaron por las calles de esa ciudad que mi madre conocía tan bien. Su amigo terminó en la cárcel. “Una nueva sociedad sobre las ruinas del viejo sistema”, eso repetía mi madre continuamente. Yo entendía muy poco, mejor, no comprendía nada de lo que ella decía.

Mis hermanos no paraban de revolverse en la cama, de tirarse de las camisas y pegar saltos en ella. Mi madre se tiraba sobre ellos, los cogía, les daba abrazos, los acercaba de nuevo a la historia.... no puedo olvidar el olor a naranja de su piel y el color rojizo de sus cabellos que anudaba en un lazo violeta. Luego volvía a contarnos historias de esa ciudad rodeada de mar por tooooodass partes que ella recorría en su escoba. Mi madre hablaba de exposiciones, de lugares donde los niños que no tenían familia, podían quedarse sin dar nada a cambio. Eso era una gozada. A nosotros no nos faltaba la leche con el pan migao de la mañana ni el cuenco de caldo caliente con algún trozo de carne que mi madre cocinaba.

Mi padre en cambio, era un hombre feliz, así sin más y aquella señora... Yo solo la he visto alguna vez, de lejos. No quiere que nadie la vea. Va vestida de negro desde el moño hasta los zapatos. Una mancha negra eso es lo que vi entre las piernas de mis padres la última vez que quiso vernos. No tengo un buen recuerdo de aquella mujer, la negrura iba más allá de ella...Cuando volvimos, mi padre estaba entristecido.

Hoy no, hoy canturreaba. Esa canción que él canta... boleros de la bola, requiebros... no me acuerdo de las letras. Y hoy es feliz, igual que mi mamá en aquella escoba.

“Tengo algo importante que anunciaros”, volvió a decir cuando aterrizó en medio de la plaza. Y nos mirábamos unos a otros, riendo a carcajadas, aún las escucho en mi pecho. Era divertido cuando mamá y papá estaban felices. “Vais a tener un nuevo hermanito” dijo ella sin dejar de mirarme. Jajajaja seguí riéndome por la inercia. Jajajaja seguía riéndome, no podía parar. Me quedé solo en la risa.

Detrás de mí, estaban Estella y Andrés, que contaba apenas un año. Solito me quedé riendo y eso que muchas veces me quedaba al cuidado de los dos y no podía ir a la Escuela. Esos días en los que no podía contemplar el edificio verde, se hacían más largos, como si el tiempo se detuviera. Esos días, mamá se iba a ratos con su escoba, y su pelo rojizo brillaba a la luz del sol.

Ese sol que tanto me agradaba, sobre todo en esas tardes de invierno. ¡Su calorcito era un gusto! Luego de un rápido almuerzo pedía permiso a mis padres para jugar en la calle con mi nueva pelota de trapo (que espero que aguante un poco más que la anterior) y después a las canicas. Mi preferida era una llamada Japonesa, transparente con unos bellos colores azulados en su interior, me la había regalado mi hermano mayor.

Allí estábamos los chicos de la barriada. Era una hora, solo una hora, pero como gozábamos, nos sentíamos felices compartiendo todo. Y lo más importante, la amistad.

Los gritos de mamá me recordaban que el tiempo había transcurrido y que ya debía entrar en casa. Cogía mi primer libro Tartarín de Tarascón y leía la bella historia del cazador.

Llegó el tiempo de merendar, leche y pan con aceite, y luego los deberes del colegio… Mi madre me miraba de reojo y me ofrecía un poco más de pan; “Come Antón, estás muy delgado.”

Cogía mis cuadernos y me sentaba en la silla tapizada verde bien gastada ya, y, comenzaba con mi tarea. Nunca supe por qué escogía esa silla. Quizás porque no había otra igual en casa, y eso me hacía sentir diferente. Creo recordar que papá la trajo del taller mecánico donde trabaja. Había comenzado allí como aprendiz, y ahora es un excelente y cualificado profesional.

Mamá mientras tanto, había finalizado de planchar, y estaba planteando la cena. La cocina a leña ya comenzaba a abrigarnos. Yo sonreía al ver sus chispas saltando por el aire, cual luciérnagas, “ten cuidado me reprochaba ella, te puedes quemar.”

Nunca comprendí de dónde sacaba el tiempo mamá para viajar, con tantos niños y tanta tarea por realizar. Pero era estupendo escuchar sus relatos. Ahora en la India, en el Coliseo o navegando el río Misisipi, siempre con su gorro puntiagudo en su cabeza. Eran tan impactantes sus relatos que hasta el gato que siempre estaba con nosotros parecía mirarle con suma atención. El nombre, nunca nos pusimos de acuerdo, los hermanos en la elección del mismo, y por ello le llamábamos… gato.

Es entonces cuando me acercaba a la ventana, y allí estaba, el gran edificio verde, imponente, observándome con sus innumerables ojos, cual gigante. Y volvía a invadirme la curiosidad. El sonido de la llave de la puerta anunciaba la llegada de mi padre, y me rondaba una pregunta por mi cabeza, ¿sería verdad lo del nuevo hermanito? o ¿Sería otro el anuncio?

Mi padre sonreía y eso era buena señal. Mis hermanos pequeños corrían a su encuentro y lo abrazaban como si no hubiera un mañana. Los demás esperábamos nuestro turno con una aparente madurez que aún se estaba elaborando. Abrazó a mi madre de una manera especial, le susurró algo al oído -mi madre sonrió- y pidió que nos sentáramos. Algo importante nos tenía que contar.

Mi padre confirmó lo que mi madre entre sonrisas nos había anunciado. Otro hermano venía de camino. Tiempos difíciles, pero llenos de esperanza, sería bien recibido. Y la otra noticia era que habían contratado a mi padre para trabajar en el gran “Edificio Verde”. Dado que tenía gran experiencia como mecánico y una reputación incuestionable. Algún jefe se había fijado en él y lo había recomendado para que se encargara del mantenimiento mecánico y eléctrico del enigmático edificio. La alegría que suponía un trabajo mejor y lo que traería consigo iluminó nuestra humilde casa.

El corazón comenzó a latirme a un ritmo inusual. Me alegraban las dos noticias. Un nuevo hermano o hermana era motivo para preocuparse un poco, habría que repartir aún más. Pero yo me encontraba en ese familiar punto intermedio de aceptar y compartir lo recibido. Estaba acostumbrado. Además, la otra noticia del trabajo de mi padre compensaría todo lo que había de venir.

Apenas dormí esa noche. Imaginaba a mi padre entrando en ese edificio y trabajando en sus entrañas. Entre mis conjeturas desarmaba las paredes de ladrillo y sólo dejaba una estructura de tubos, cables, motores, como si de una tela de araña metálica se tratara. Quería conocer hasta el último rincón de sus paredes. Imaginaba que los sótanos tendrían galerías que atravesaban la ciudad, de tal manera que pudieran comunicarse todos los edificios importantes por diferentes motivos: para la guerra, para espiar, para encerrar a asesinos peligrosos, para imprimir dinero. La cuestión es que aquello también era un lugar propicio para esconder los grandes secretos del mundo. Seguro que algo extraordinario -para bien o para mal- ocurría allí. Esas personas que entraban y salían continuamente, iban muy bien arregladas. Algunos trajeados con sus camisas blancas y sombreros de copa, militares con uniformes planchados y curas con sotanas negras como la noche. Tenían dinero, grandes cantidades de dinero y ya se sabe que con eso se puede comprar casi de todo.

Esa noche también escuché a mis padres hablar bajito y compartir alguna que otra risa. Oí también al vigilante cantar las 3 de la mañana y sereno. Deseando llegara el día siguiente me quedé dormido soñando con mi madre, mi nuevo hermano y los secretos que descubriría junto a mi padre.

Habrían de pasar varios años hasta que un día mi padre me dijera: - Antón, hijo… mañana me acompañarás al trabajo. Me quedé perplejo, no acudían palabras a mi cabeza… Ese había sido mi sueño desde pequeño, entrar en el Gran Edificio Verde. ¡¡¡Y ahora por fin se iba a ver cumplido!!!

Yo había acabado la Escuela normal hacía ya un par de años y mi padre se encargó, desde entonces, en formarme como mecánico electricista, oficio que él conocía muy bien y que, sin duda alguna, había perfeccionado desde que trabajaba en el Gran Edificio Verde. Desgraciadamente, mi última hermanita había fallecido apenas nacer, así que continuábamos siendo 4 hermanos…

El siglo XX acababa de empezar y al mismo tiempo, también comenzaba una nueva vida para mí. Ese día desayuné muy nervioso y muy rápido. Estaba deseando que mi padre me dijera – vamos hijo al trabajo… Mi padre, por el camino, me fue dando una serie de consejos, como que no podía comentar nada de cuanto viese u oyese dentro del trabajo, como él lo llamaba. Jamás le oí mencionar a nadie que él trabajaba en el Edificio Verde. Eso era un Secreto, un Gran Secreto…

Cuando penetré por primera vez en las instalaciones del Edificio Verde me parecieron impresionantes, llamarlo Gran Edificio Verde era quedarse corto en la descripción. Aquello no tenía comparación con nada conocido por mí y, creo no equivocarme al afirmarlo, por nadie de comienzos del siglo XX, excepto claro para la gente que allí trabajaba. Gente de muy diversa procedencia y edades diversas. Gente que nunca había visto por las calles del pueblo.

El trabajo con mi padre me permitió ir descubriendo infinidad de habitaciones y rincones a los que no tenía acceso todo el mundo. Cada persona que allí trabajaba portaba colgada de su cuello una tarjeta de color que sólo le permitía acceder a los lugares identificados con ese color. Excepto mi padre y algunas escasas personas que tenían una Tarjeta Blanca. La Tarjeta Blanca le permitía entrar en cualquier lugar, aunque nunca en solitario por la extrema seguridad del recinto.

Si había un lugar que me impresionó, desde que lo descubrí un día afortunado, ese lugar era la inmensa Biblioteca, de varios pisos de altura y cuyos libros se hallaban encerrados tras vitrinas de cristal. Pero ese cristal no era normal, nunca había visto un cristal igual… por el grosor, por el color, que apenas dejaba ver los ejemplares de tal cantidad de libros como allí había. Mi curiosidad, intensa desde que era niño, se vio incrementada ante tantas obras a las que no podía acceder.

Desde siempre me había gustado leer. Leía mucho, muchísimos libros en la Biblioteca del pueblo. Mi autor preferido era Julio Verne. Había leído todas sus obras. Veinte mil leguas de viaje submarino y La isla misteriosa eran mis preferidas… Desgraciadamente dejó la escritura para dedicarse a la política y me quedé con las ganas de leer nuevas obras.

Habían pasado ya 10 años y un día, en un suceso extraño, me permitieron acompañar a mi padre a trabajar en las cristaleras de la Biblioteca. Por fin pude ver abierta una de aquellas cristaleras y leer los nombres de varios escritores que allí había y que no conocía: Asimov; Bradbury; Clarke; Dick; Heinlein; Simak… ¡¡¡Intenté encontrar información de aquellos autores cuyo nombre pude recordar pero en la Biblioteca de nuestro pueblo no la había!!! – ¡Qué extraño! - me dije a mi mismo.

¡Qué extraño! Obras y personas que sólo podías encontrar allí, la estructura del edificio parecía construida por alguien venido del futuro para asentar las bases de una nueva civilización y ese secretismo, ese secretismo tan espeso que hacía que costase respirar dentro de esas paredes...

Mi madre seguía aferrada a su escoba y a esas antiguas leyendas de brujas que sobrevuelan el mundo buscando sofocar el ardor de quienes necesitan la magia de una mano amiga, mientras cocinaba grandes pucheros, y lavaba, y planchaba, y cosía, y educaba, y paría...una y otra vez día tras día...sólo de vez en cuando se permitía soñar, pero entonces salía alguna lágrima de su rostro que ella recogía en un bote de cristal para dejarla caer sobre el mundo, mientras volaba con su vieja escoba sobre su ciudad natal que ahora se debatía entre viejas brujas y modernos edificios verdes. Suele ocurrir que en este tipo de lugares se necesitan manos amigas y brujas como mi madre muy a menudo porque es aquí donde se padecen los dolores y los derrumbes que suelen anteceder a los cambios.

Yo me debatía entre elegir el camino de mi madre y regalar a mis futuros hijos una pelota de trapo y el asombro ante un edificio verde u optar por aparcar la escoba y lanzarme de lleno a descubrir todos los secretos de aquella estructura futurista y coloreada con el pigmento de la esperanza.

Finalmente comencé a leer uno de los libros que encontré acurrucado en una silla cuya estructura tenía poco que ver con mi viejo sillón tapizado verde, esta nueva silla era muchísimo más incómoda, no parecía estar pensada para albergar el reposo de alguien con ganas de descansar, más bien parecía ideada para espantar cualquier deseo de parar. Así que leí el libro con la prisa a la que me invitaba aquella incomoda silla, pero lo leí.

Después de leer aquellas hojas que lucían el blanco reluciente de todo lo nuevo el edificio verde ya no tenía secretos para mí. El futuro ya no escondía sorpresas para mí. Los viajes de mi madre en su vieja escoba ya no eran historias por descubrir para mí. Después de leer aquel libro ni siquiera la cara de mi nuevo hermano ni su vida misma estaban ocultos por el futuro o el destino. Ese libro me ofreció la caja de pandora y ahora yo debía decidir si abrirla.

Aquel libro me reveló todo lo que debía saber antes de mi gran elección ¿Escoba... o traje impecable y tarjeta blanca para ese dichoso edificio verde?

Pasaron varios años hasta que decidí por mi futuro. Tenía que tratar de saber qué era lo mejor. Mi padre me aconsejaba que estudiara para ser un hombre de provecho y ponerme a merced del mundo. Mi madre me enseñó a gestionar recursos, para eso era la mejor.

¡Qué recuerdos! Hoy siento cómo definió mi vida la memoria de ese 14 de febrero de 1890. Aquel día tenía un batiburrillo de ideas que interpretaba a mi manera, desde el deseo de un niño y la fantasía de la imaginación a lo aprendido de los adultos.

Soñaba a menudo que tenía varias vidas. En algunas ocasiones era científico en otras mecánico, enseñante, juez, atleta, médico o soldado en guerra que destruía su edificio preferido. Todo dependía de lo aburrido que estuviera.

También mi madre era mágica¡¡¡Mágica!!! Teatralizó una escena de bruja y aprovechó para atraer nuestra atención. Por la edad que teníamos le resultó muy fácil. También entendí a mi padre con esa señora que lo malhumoraba, toda ella vestida de negro. Esa señora eran las cosas cotidianas que lo aturdían y complicaba la existencia a él y a nuestra humilde familia. Con los tiempos tan difíciles que corrían… Aún me estremece recordar el calor del fogón, el viejo sillón desgastado que me engullía en un interesante ir y venir de ideas mientras leía e imaginaba a la brujita revolotear o al mecánico destripar el edificio. Y yo lo feliz que estaba por el amor que me daban y la amistad con los compañeros de canicas. Lo demás no importaba.

Fui a la universidad y estudié periodismo, fue la llave que me llevó de nuevo al Gran edificio verde. En un salón enorme estaba la maquinaria de edición de los periódicos que contaban las noticias llegadas de todas partes del mundo. ¡Qué lista era mamá y sus historias! Un día, tras finalizar la rotativa, con las máquinas apagadas se escuchaban voces. Era media noche y me dejé llevar por el sonido. Era zona prohibida, no tenía tarjeta blanca y no podía saber nada más que lo que aportaba mi actividad. Decidí curiosear y apareció ante mí una puerta jamás vista, estaba entreabierta y vi a un numeroso grupo de personas bien vestidas alrededor de una mesa debatiendo por el país. Perplejo, fui recordando esa fila india y las collejas. Era allí donde decidían nuestro futuro, jueces abogados y políticos. Subí las escaleras y me encontré en un inmenso salón muy bien decorado estilo Victoriano que era el ante paso a un gran teatro. Por la hora que era solo estaba al fondo el decorador de eventos, ultimando para la obra que al día siguiente se representaba. Por un momento me pellizqué y en voz alta me dije “Señor Antón, es usted un respetado periodista en tiempos difíciles, tienes que dejar de imaginar y volver a la realidad”. No estaba soñando… O sí. Veo a un sacerdote bajar una gran escalera de mármol acompañado de una señora que le contaba cuántas personas importantes habían ido hoy a la biblioteca. Mientras yo permanecía inmóvil ellos me daban las buenas noches. ¿Cuántas cosas quedan por descubrir aún en el Gran edificio verde?


 
 
 

コメント


Entradas destacadas
Entradas recientes
Archivo
Buscar por tags
Síguenos
  • Facebook Basic Square
  • Twitter Basic Square
  • Google+ Basic Square
bottom of page