La nueva casa
- gastroarte2
- 27 abr 2020
- 12 Min. de lectura
Siempre había sabido lo que quería, por eso visité más de veinte antes de decantarme.
Llevaba algún tiempo pensando en cambiar de residencia. Habían transcurrido más de siete años desde mi divorcio, me había ido muy bien en mi empresa como diseñadora de moda y mis hijos Flor y Daniel llevaban tiempo independizados.
Era el momento idóneo para abandonar Buenos Aires y comenzar mis nuevos retos personales que comenzaban con el acondicionamiento de mi nueva casa, después se verá dónde deseo continuar mis pasos.
Mi hijo continuaría con la empresa, era un novel pero prometedor diseñador, y ya se encontraba capacitado para tomar las riendas de la empresa.
No sentí nostalgia alguna cuando dejé mi piso de la calle Suipacha y tomé la autopista en dirección a Alejandro Petión, pequeña población con cuatro mil habitantes al sur de la provincia. Ese era mi destino final.
Crecí en una casa con enormes patios y ventanales en Inglaterra, así que necesitaba estar en contacto con la naturaleza, por ello mi elección.
Luego de una hora de trayecto, parada incluida para desayunar, me encontraba frente a la misma. El camino que me había llevado hasta ella estaba en perfecto estado, los niños que jugaban en el acerado me saludaban a mi paso. Un coqueto chalecito de 1950, con dos hectáreas de terreno. El correr de los años no había hecho mella en la construcción. Su exterior de un blanco inmaculado hacía un bello contraste con el techo a dos aguas cubierto de rojas tejas.
Saltaron unas lagrimillas, estaba emocionada, no había marcha atrás.
Al abrir la cancela de hierro, Terry, mi perro, un mastín napolitano que hasta ese momento no parecía existir, entró antes que yo y comenzó a correr y explorar el nuevo territorio. Gozaba enormemente y yo igualmente al verlo a él.
Rosales y limoneros rodean la piscina y el patio… En esos momentos en la cual estoy embelesada y absorta en mis pensamientos, una voz me trae de regreso, es Emilia. Ella es una simpática y regordeta vecina curtida por los años pasados en el campo y en sus arduas tareas. Traía entre sus manos una inmensa cesta de frutas para darme la bienvenida. Le había conocido la semana anterior a la compra del inmueble, era amiga de la antigua propietaria. “Vamos dentro.”- le dije. Comenzaba a hacer calor, ya estamos en noviembre.
Por cierto, mi nombre es Susan, Susan Lynch.
Invité a mi nueva amiga a pasar, me dijo que en otra oportunidad, le agradecí el detalle de las frutas y mientras estaba por ingresar en el interior sonó mi teléfono, era Flor confirmándome que pasaríamos las Navidades juntas. Otra alegría más que añadir, la familia reunida, ella vive en Boston donde trabaja en una galería de arte.
Esta casa siempre ha tenido carácter, pero yo quería que también se identificase conmigo, papel en mano y lápiz me dije, comencemos por la cocina.
En principio había pensado en preservarla, pero los armarios de madera no estaban a mi parecer en buen estado, el contratista vendría mañana y lo hablaría con él. Tengo un poco de apetito y antes de comer el primer bocado de mi sándwich de pollo con lechuga, tomate y cebollino, se dibuja una sonrisa en mi cara, ¡estoy feliz!
Con todas las modificaciones hechas sobre el papel, llegó el día y comenzaron por fin las obras por la cocina. Los operarios, quitaron los armarios y los depositaron en la cochera. Me dijeron que les interesaba llevárselos y repararlos porque había mucha demanda de ese tipo de mobiliario. Total, según ellos, tras un pequeño tratamiento y con unas capas de barniz quedarían como nuevos. Aquella noche me acosté satisfecha por el inicio de las obras de mi nueva casa.
Por la mañana acudí a la cocina y cuál fue mi sorpresa al observar que todo estaba como al inicio del día anterior. Todos los armarios colocados de nuevo en su sitio. No parecía que allí se hubiera realizado trabajo alguno. Cuando llegaron los trabajadores se extrañaron, igual que yo, al observar que su trabajo no se apreciaba en ningún rincón de la cocina. ¿Qué explicación había para eso?
Después de otra larga y concienzuda jornada de trabajo, los operarios volvieron a depositar los armarios en la cochera y dejaron listas las maderas para iniciar el montaje del nuevo mobiliario. Esa noche me acosté preocupada, intrigada por encontrar una explicación a lo que había ocurrido la noche anterior. ¡Casi no pegué ojo! Dando vueltas y más vueltas en la cama...
Un nuevo amanecer tenía lugar en mi nueva casa. Un lugar increíble ubicado en plena naturaleza. Tan diferente del bullicioso y estresante Buenos Aires. Me dirigí de nuevo a la cocina… ¡Y no había resto de las maderas! Eran para iniciar la construcción de los nuevos muebles que allí iban a ser colocados. Muebles hechos a medida. Los pensaban ir haciendo sobre el terreno.
Vuelta otra vez a comenzar... La obra de la cocina iba a estar varios días parada, en espera del nuevo material. Decidimos entonces echar un vistazo a una de las habitaciones, que también necesitaba ser modificada. Tanteando las paredes para tirar tabiques y hacer un vestidor, descubrimos una habitación secreta, muy bien disimulada. Apenas había una cama y varios muebles viejos…
La nueva casa comenzaba a preocuparme seriamente. Nos iba deparando sorpresa tras sorpresa... Esa misma noche, ya acostada, comencé a oír extraños ruidos…
Al día siguiente, tras no lograr casi conciliar el sueño, decidí acudir a las oficinas municipales, a conseguir información sobre el inmueble. Necesitaba saber algo más, no sólo sobre sus anteriores propietarios, sino también sobre la historia de la casa…
La nueva construcción, de principios de la década de los años cincuenta del siglo XX, se levantaba sobre un solar donde estuvo edificada una lujosa mansión que fue destruida en 1888 por un seísmo.
Ya tenía un dato a tener en cuenta. El terreno era de baja sismicidad, pero se hallaba sobre la subfalla del Río de La Plata. Nadie me había informado de este hecho, sin duda importante. Hacía muchos años que allí no había tenido lugar nada especial. Hasta ahora…
No habría de ser esa la única sorpresa. Al continuar con la obra, en la otra parte de la casa, y sacar los viejos muebles de la habitación secreta, descubierta el día anterior, una extraña caja metálica cayó, desde el interior de una de las mesitas de noche, al suelo…
Estoy desconcertada. Me tiemblan las manos, tengo la sensación de estar viviendo una película de misterio. Acaricio a Terry, su serenidad de Mastín siempre me ayuda a calmarme. Respiro, me centro. Abro la caja.
En ella encuentro una carta:
Querida Susan Lynch:
Hola Susan, si estás leyendo esto es que al fin me has encontrado. Sé que habrás llegado a esta casa con la sensación de “saber exactamente lo que querías”. De hecho, ya te habrás dado cuenta, probablemente, de que no puedes cambiar nada. Deja las cosas tal y como están. Lo primero que debes hacer ahora es aprovechar ese amor que siempre has tenido por la naturaleza para investigar que ocurrió realmente el 5 de Junio de 1888. No te agobies, no te pido que investigues las causas físicas del “terremoto del rio de la Plata”, de eso ya se encargaron otros. Lo que debes hacer es averiguar que ocurrió realmente en la casa sobre la que se asienta este que quieres sea tu nuevo hogar.
No podré descansar hasta que no lo hagas y tú al descubrir la verdad conocerás el fondo de la trama de tu vida.
Empieza por preguntar a tu exmarido...¿porque se distanció? ¿qué motivos fueron los que le llevaron a marcharse de un día para otro sin dar ninguna explicación?
Vuelve a Inglaterra, en el hogar donde te criaste, en el gran ventanal de la habitación de tus padres, saca la cabeza por la ventana y verás una teja más rojiza que el resto, allí tu madre te ha debido dejar una carta. En ella te cuenta como llegaste a escoger el diseño como forma de vida.
Puedes también dirigirte a la calle Suipacha ¿recuerdas a aquel hombre raro y solitario que tus hijos temían?...Búscalo...
Bueno suerte vieja amiga, no tengas miedo esto debe ser una aventura bella.
Un afectuoso saludo,
Tu bisabuelo Claudio, 5 de junio de 1888
Por un momento pensé que debía seguir dormida, pero el timbre y la visita de Emilia me hizo descartar esa posibilidad. Le pedí a Emilia que pasara y la invité a Té, necesitaba estar con alguien tan real como Emilia.
Tomaba el Té, y hablaba de cosas triviales, no dejaba de pensar. Estaba tan sorprendida por lo acontecido, que vino un recuerdo de la infancia a mi mente. Mi madre me contaba cada vez que podía, la historia de un carpintero que hacía cosas maravillosas. Era capaz de transformar lo imposible, en oportunidades. Las maderas golpeadas, carcomidas o desgastadas por el uso constante, las dejaba tras tocarlas impolutas, en una palabra tenía unas manos mágicas. Ella cada vez añadía detalles nuevos, hilando historias increíbles. Siempre pensé que su imaginación iba más allá.
Emilia llevaba parte de su vida siendo vecina, ella debía de conocer a todos sus dueños. ¿Conoces a otros carpinteros? Y fue la pregunta clave para que ella hablara sin parar. Yo no era capaz de poner en pie a ningún personaje, todos eran extraños. Y mis pensamientos me invadían a un ritmo inusual. Inglaterra. Mi exmarido. Cartas secretas. Bisabuelo. Emilia.
Escuché a Terry ladrar y desde la ventana vi que hacía un agujero en la tierra. Entre el pequeño montículo, vi algo que brillaba con tanta intensidad que tuve que indagar de qué se trataba. Una pizca de piedra brillante asomaba y formaba parte de una llave. Por su aspecto, parecía muy antigua y sin valor, aun así la guardé en la caja encontrada en la habitación secreta.
Suena el teléfono, y una voz muy varonil me cita mañana en la notaria a las 18 h, debo preguntar por Isabel. Allí tendré información suficiente de sus antiguos propietarios. Entre tanto, Terry seguía husmeando por toda la casa, tenía un entretenimiento muy alegre, no paraba de mover la cola. De pronto vuelvo a escucharlo ladrar, esta vez está en el salón, miraba un cuadro en el que había retratado un soldado. Sin más me fui al jardín, cogí mi bloc de diseños, que suelo llevar por costumbre, y comencé a anotar los acontecimientos sucedidos, los recuerdos, las citas, las impresiones. Tenía que ordenar mis ideas para poder averiguar los misterios del destino.
Llegó la noche y no quería dormir, las ideas fluían sin parar y tomé mi primera decisión. Poner rumbo a Inglaterra. Resoplé aliviada. Por tanta rapidez a la hora de decidir. Todo es tremendamente lioso para mí y nunca sé el camino correcto. A la mañana siguiente me despertó el sonido de los pajarillos revoloteando y cantando en el jardín. La primera imagen que vi, fue la del soldado en la pared, me había dormido a altas horas de la madrugada, esperando ver algún misterio nuevo. Terry estaba como un tronco en el suelo, parecía que estuviera muy cansado.
Llegaron los operarios de las reformas y desde la marquesina les dije que las aplazábamos hasta nuevo aviso.
Eran las 17:45 h. y yo estaba en la puerta de la Notaría, la puntualidad es algo muy importante. A la hora indicada pregunté por Isabel. Me llevaron a un despacho muy lujoso con muchos libros y estanterías de archivos, muy bien colocados y agradables a la vista. En la mesa una nota, Claudio arquitecto 1900- 1932. Unos pasos bien marcados hicieron que volviera de mi asombro, y aún me impresioné más, era una señora anciana de bonitos cabellos blancos recogidos con un moño.
La señora comenzó a hablar y no me dejaba preguntar. Ella era la notaria y me contó cómo adquirieron el terreno desolado después del seísmo. Yo mientras anotaba detalles importantes en mi bloc. Claudio era un hombre de talentos múltiples que puso su vista en aquel lugar para volver a construir la mansión.
Varias llamadas de teléfono y conseguí pasaje para Inglaterra, en dos días embarcaba en esa travesía que duraría una semana. Aquel día por la noche Terry volvía a estar nervioso, iba y venía al salón, se escuchaban ruidos que pensé que eras ratones. Debía de ocuparme de ellos por la mañana. Me senté en el sillón a recopilar información y en un golpe de vista observé que el soldado llevaba en una mano un objeto brillante. Cuál sorpresa, llevaba la llave encontrada por Terry.
- ¡¡¡ Por eso te amo …!!! Por cómo me miras y me dices tanto con el silencio… Por cómo me acaricias con esa mirada el alma…
Llegaban las palabras a mis oídos como melifluo que trae la brisa del mar hasta la orilla. De tan lejos y a la vez tan cerca. Me había enganchado a las telenovelas latinas, pero estos últimos días, el trasiego de las reformas y los sucesos que venían acaeciendo, algo extraños, me iban dejando sin energías. Me había quedado ausente del mundanal ruido por un buen rato, después de la sobremesa. Al fin y al cabo, la telenovela solo era la excusa perfecta para pausar el día.
La casa presentaba algunos problemas que no pueden ser resueltos con leyes naturales, pero dudo mucho en asignarle algún origen. Suenan tan imposibles y… absurdos.
Pero en realidad, lo que rondaba en mi cabeza era aquella llave. La llave no se antoja nada especial, a primera vista, forjada en hierro y bronce, incrustado en el extremo una piedra, cual escarabajo de cristal negro.
Sin dar lugar a ningún género de dudas, el descubrimiento que hizo Terry fue una serendipia muy oportuna. Se había adherido a mi mano con la misma fuerza que la sujetaba el soldado retratado en el majestuoso cuadro que decora el salón, y, se había metido en mi cabeza como martillo que golpea al yunque. Yo sabía que esa llave era la clave de todo y esperaba con ansias, que el martillo errara al golpear el yunque y me diera la luz necesaria que me llevara a resolver aquellos hechos tan enigmáticos que escondía mi nueva casa. La casa de mis sueños.
Pasaban las manecillas del reloj más rápido de lo normal, al menos me lo parecía. Apenas quedaban horas para la travesía en busca de respuestas. Llena, más bien, desbordada de preguntas sin respuestas, me asome al ventanal del salón. La sensación fue muy agradable. Contemplar la naturaleza en todo su esplendor con la brisa acariciándome la cara me trasportaron a los veranos que pasaba con la abuela Fidela en la casa de campo. Creo que fue en esos momentos cuando volví a sentir energía y entusiasmo para afrontar los días venideros, los cuales, con toda seguridad me tenían reservadas interesantes experiencias. Por primera vez se apoderó de mí el estado de ánimo adecuado para el viaje que me esperaba.
Toc, toc, toc… Parecía que mi cabeza volvía a ser martilleada, hasta que una voz me sacó del ensimismamiento.
Susan, Susan…
Era Emilia, la vecina, una mujer de gran sapiencia. Conocedora de todo cuanto rodea a Alejandro Petión. De hecho, llevaba toda una vida residiendo en la misma casa que la vio nacer.
Durante nuestras conversaciones, saco a colación la vida del bisabuelo Claudio, ese soldado majestuoso, retratado en el cuadro del que todo el mundo parecía conocer su historia por su brillante trayectoria como militar. Emilia en un alarde de conocimiento me indicó que detrás del cuadro y oculto por una fina capa de pintura se oculta un arca cuya apertura solo puede abrir la llave que el soldado lleva en la mano representada en el retrato. Esperé ansiosa a que Emilia se marchara para coger la llave. El tiempo se me hizo eterno. Emilia con su gran locuacidad no veía la hora de marcharse. Una oportuna llamada de teléfono me salvó de la histeria. Al fin Emilia se marchó.
Cogí de manera inmediata la llave, retiré el cuadro, raspé la pintura y allí estaba la cerradura de un arca incrustada en la pared. La introduje y la puerta se abrió quejumbrosa por las bisagras oxidadas por el paso del tiempo…
Noté como unas gotas de sudor comenzaban a descender por mi frente, había algo dentro de mí que deseaba saber qué había en su interior, pero me encontraba ansiosa, por unos instantes creí desvanecer.
Mi boca estaba reseca, decidí por ello dirigirme a la cocina a por un vaso de agua y mientras bebía sorbo a sorbo me dije, ¡Susan, en situaciones más comprometidas te has encontrado!
Fue en ese instante en el que reaccioné y dirigí mis pasos hacia el arca. Con temblor introduje mi mano dentro de ella, tomé dos sobres, que se encontraban en su interior, y comencé a leer los viejos documentos. Nada importante, títulos, partidas de nacimientos que luego me entretendría en leer.
Lo segundo que tuve entre mis manos era un pequeño joyero de forma rectangular. Era de cristal y bellas flores ornamentaban su tapadera, en mi opinión era florentino. Dentro de él encontré tres sortijas de mujer y dos pares de pendientes, uno de ellos tenía dos hermosas guirnaldas con pequeñas piedrecillas, esmeraldas, quizás, por su color, le daban un toque señorial.
Con sus ladridos Terry demandó mi atención, había estado junto a mí todo el tiempo y no me había dado cuenta. Tenía hambre, ¡Perdón fiel amigo! Llené su cuenco y con una dulce mirada me lo agradeció
Regresé al salón. Volví a meter mi mano en el arca. Tomé una bolsa de mediana dimensión. Era alargada, de cuero, pesaba un poco anudada con un cordón de cuero fino. Al abrirla extraje de su interior una piedra vertical en la cual se encontraban unos símbolos escritos rodeando toda la piedra por la parte superior. Continuaba bajando por el otro lado, toda ella estaba llena de símbolos. No comprendía absolutamente nada. El destino estaba jugando conmigo. Me senté en el sofá y al mirar la bolsita asomaba una parte de un amarillento papel. Lo cogí y al leerlo decía “Cuando regreses de tu viaje entenderás el porqué de todo esto, lleva contigo lo que has encontrado.”
Un escalofrío comenzó a recorrer todo mi cuerpo, estaba entre asombrada y enfadada, decidí respirar hondo, calmarme y pensar.
Luego de unos instantes volví a coger la piedra y fue como retroceder a mi infancia. En ella había oído muchas historias sentada sobre las rodillas de mi abuelo. Historias sobre druidas que habían vivido en Inglaterra, en las tierras que son de nuestra propiedad, ¿tendría que ver este trozo de piedra con algo de aquello?
Guardé el hallazgo en mi bolso junto con los demás objetos, tenía muchas preguntas y acertijos por resolver.
Mañana comenzaba mi viaje, el arreglo de la casa tendría que esperar, en ese instante sonó el teléfono…

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